“Y entrando les dijo: ¿Por qué alborotaos y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme” (Mar. 5:39).

“La muerte es parte de la vida”, oímos decir. Pero esto no es cierto. La muerte es una intrusa que jamás perteneció al plan de Dios. Lo que la Biblia sí señala es que nuestra vida es breve y pasajera: “Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Sant. 4:14). Esta es nuestra realidad desde que el pecado se introdujo en este mundo.

• El origen de la vida. Cuando Dios creó al primer ser humano, lo formó de la tierra y sopló en él el aliento de vida. Como resultado, Adán llegó a ser un ser viviente (nefesh chayya; Gén. 2:7). Literalmente debiera traducirse como “alma viviente”. Así es: tú y yo somos un alma viviente. No tenemos un alma, más bien, somos un alma: un cuerpo que respira. Cuando Adán y Eva pecaron la muerte pasó a ser una realidad. No era prudente que viviéramos para siempre en un mundo que cada vez se degradaría más y más. Como un acto de misericordia, Dios impidió el acceso al árbol de la vida (Gén. 3:22). Aun así, la muerte no dejó de ser una tragedia:
es la consecuencia última de habernos alejado de Dios. Sin embargo, Dios hizo provisión para que la muerte no dominara para siempre a sus hijos. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que
todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. […] “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Juan 3:15; Rom. 6:23).

• Jesús conquista la enfermedad y la muerte. Cuando Jesús caminó entre nosotros enseñó mucho respecto al Reino de Dios. “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mar. 1:14, 15). En todo acto de bondad, en sus enseñanzas y milagros, Jesús estaba anticipando lo que sería vivir en el Reino de su Padre. En este contexto, no es extraño de que no sólo sanara a los enfermos, o que enseñara e hiciera milagros que atendían las necesidades de las multitudes. También resucitó a los muertos. No a todos, pero a los suficientes para dar un testimonio poderoso sobre esta verdad: vencer la muerte era posible y, ahora, se hacía evidente por medio del ministerio de Jesús.

• Un servicio fúnebre que terminó en celebración. Hubo un hombre que fue testigo del poder de Dios en medio de una tragedia que golpeó a su familia. Pudo vislumbrar las glorias del Reino de Dios en medio de su dolor. Su nombre era Jairo. Él era un dignatario de la sinagoga, probablemente en la ciudad de Capernaúm (cf. Mat. 9:1, 4, 13). Seguramente le había tocado escuchar más de alguna enseñanza de Jesús, además de responder inquietudes de quienes procuraban su opinión respecto al Maestro de Nazaret. Lo que está claro es que conocía quien era Jesús, lo reconoce entre la multitud y se apresura en manifestarle su pedido: “Mi hija acaba de morir; pero ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá” (Mat. 9:18). El evangelio de Lucas aclara que era su única hija, de unos doce años (Luc. 8:42). Es difícil enfrentar la muerte, incluso cuando se ha vivido bastante; ¿cuánto más debe serlo cuando la enfrentamos a temprana edad?

a. Jesús siempre está atento a las necesidades de todos: Jesús atiende su pedido y se dirige a la casa de Jairo. Sin embargo, en el camino, una mujer que estaba padeciendo una enfermedad hace doce años se acercó “por detrás y tocó el borde” del manto de Jesús (Mat. 9:20). No fue un toque casual; ella creía que en ese toque estaría la clave para su sanidad. No estaba equivocada. Jesús se detiene, evitando que la mujer se perdiera en el anonimato y le
asegura: “Tu fe te ha salvado” (vers. 22). Hasta acá el relato nos presenta a dos personajes: Jairo y la mujer. Ambos estaban lidiando con la muerte… Pero ¿cómo? La mujer solo estaba enferma. Es verdad, pero su enfermedad la catalogaba como alguien “muerta en vida”. El flujo de sangre que padecía la convertía en persona no grata, tanto en círculos sociales como religiosos. Los Evangelios de Marcos y Lucas dan a entender que era una mujer de recursos… era. Había gastado todo y perdido todo por causa de esta enfermedad. Una muerte literal, la de la hija de Jairo; otra, más representativa, pero igualmente aguda y dolorosa. Jesús ya demostró al sanar a la mujer que en el Reino de Dios solo puede haber vida, y vida abundante y saludable. Ahora, ¿qué de la muerte como tal?

Luego de una espera que debe haber parecido eterna para Jairo, prosiguieron hasta su casa. La muerte de su hija había revolucionado toda su casa. Esteba llena de personas que habían venido a mostrar su simpatía hacia la familia; pero no eran muy discretos. “Al entrar Jesús en la casa del principal, viendo a los que tocaban flautas, y la gente que hacía alboroto, les dijo: Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él” (Mat. 9:23, 24). Lucas, que era médico, explica el motivo de la burla hacia Jesús: “Y se burlaban de él, sabiendo que estaba muerta” (Luc. 8:53). Lo que la gente sabía y había podido comprobar (que estaba muerta), chocaba con la declaración de Jesús: la niña solo duerme.

b. ¿Sueño o muerte?: La pequeña claramente estaba muerta, pero Jesús evaluó su condición desde la perspectiva del Reino eterno. Para quien tiene el poder de introducir a sus hijos a la vida eterna, la muerte es solo un sueño.

Mientras todos se burlaban, Jesús, en la compañía de tres de sus discípulos, toma a los padres y a los que los acompañaban (Mar. 5:40) y entra donde estaba la niña. “Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron [confundidos, sorprendidos] grandemente” (Mar. 5:41, 42). Cuando Jesús levanta a la niña de la muerte, ella se reincorpora como si solo hubiese estado durmiendo, no hay confusión en su mente; retoma sus actividades de niña de doce años: correr de allá para acá. Para quienes miraban, la confusión también se les pasaría si aceptaban mirar la escena como la contemplaba Jesús: desde la realidad del Reino eterno. Acto seguido, Jesús “mandó que se le diera de comer” (Luc. 8:55). ¿Por qué? Tiempo después hallamos en los propios labios de Jesús la respuesta. Luego de la resurrección de Jesús, el Evangelio de Lucas registra: “Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían
espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos” (Luc. 24:36-43). Jesús comió delante de sus discípulos para disipar cualquier temor de que no veían a un fantasma o espíritu. Cuando Dios levanta a sus hijos de la muerte lo hace de manera corporal y completa. Cualquier idea de que se puede vivir en un estado fantasmal, sin un cuerpo, no tiene cabida: así lo estableció el ejemplo del mismo Jesús. ¡Qué fascinante lo que pudo ver Jairo y su familia! Recuperar de las
garras de la muerte a su única hija; verla incorporarse como si nada hubiese acontecido… solo un sueño, del cual el dador de la vida la despertó.

Ese encuentro con Jesús debe haber marcado para siempre a la familia de Jairo. Pudieron ver un anticipo de lo que será vivir en el eterno Reino de Dios, en el cual no habrá “muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apoc. 21:4). Este desenlace solo fue posible porque Jairo decidió confiar en la palabra de Jesús por sobre la realidad de la muerte: “Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del principal de la sinagoga a decirle: Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro. Oyéndolo Jesús, le respondió: No temas; cree solamente, y será salva” (Luc. 8:49, 50).

Y tú querido amigo. ¿Estás dispuesto a creer? ¿A creer por sobre el dolor, por sobre lo que las evidencias te indican? Hay un Reino eterno que nos espera. Aunque durmamos antes de que ese gran día llegue, hay una gran verdad: Dios nos despertará. ¿Deseas poner tu confianza en esa maravillosa promesa? ¿Anhelas ser de Cristo y ser partícipe de la vida eterna?