L a relación sexual es un importante pilar para el matrimonio, el cual se refleja en la felicidad de toda la familia. Pero ¿cómo saber si este está bien fundamentado? Cuando no hay deseo sexual, búsqueda del cónyuge y placer en el sexo, la falta de alguno de estos elementos indica que la estructura de este pilar puede tener problemas.

Además de ser un factor de protección para el matrimonio, el sexo también trae varios beneficios personales, tales como: perder peso (una relación íntima intensa quema, como mínimo, 200 calorías), conseguir un abdomen y glúteos más firmes, adquirir una mejor postura, lucir cabello y piel más relucientes, disfrutar de un efecto calmante (diez veces más eficaz que un tranquilizante y sin efectos colaterales), alcanzar una sensación de bienestar, fortalecer el sistema inmunológico, entre muchos otros que podríamos mencionar.

Sabiendo todo eso, el enemigo de Dios siempre buscó tergiversar esta bendición del Cielo. Durante mucho tiempo, el sexo estuvo asociado al pecado, a lo prohibido. Era un tabú y esto generaba problemas conyugales que alcanzaban a varias generaciones. Por eso, se hablaba muy poco sobre el asunto. A partir de la década de los 60, el tema pasó a ser difundido y se empezó a hablar abiertamente en todas las esferas de la sociedad. Si antes todo estaba prohibido, ahora todo está permitido.

Actualmente, el universo mediático dicta el comportamiento sexual. Desafortunadamente, la mayoría de los mensajes induce a una idea distorsionada del sexo. Se lo aborda como si fuera algo de orden puramente físico; se lo considera una mera fuente de placer y se lo separa de los aspectos mentales, emocionales y espirituales del ser humano. En ese contexto, el foco es el desempeño; y esto hasta puede llevar a personas saludables a buscar remedios y muchos otros recursos para mejorar -físicamente- tal desempeño sexual. Sin embargo, a pesar de toda esta “libertad”, un estudio declara que más del 40 % de los brasileños no están satisfechos en esa área de sus vidas.

Sexo y afecto

Relación sexual es, en esencia, afecto compartido. Es el encuentro íntimo y profundo entre dos personas; y tiene como objetivo no apenas el placer físico, sino también la formación de la identidad del matrimonio. Este no comienza ni termina en la cama. La inversión en esa afectividad une a la pareja, y esta se va modelando de manera natural e integral. El placer físico es simplemente una consecuencia de algo mucho mayor: la fusión de dos corazones en uno solo.

Dios creó el sexo cuando el mundo todavía era perfecto. Él desea que la pareja celebre y disfrute de este regalo; por eso la Biblia es el manual más seguro para saber cómo desarrollar la relación sexual. El libro de Cantares, por ejemplo, muestra a un marido y a su esposa que se saben cortejar, que se buscan el uno al otro y que invierten en su relación.

En ninguna otra área hombres y mujeres presentan necesidades tan diferentes como en la sexual. Conocer esas diferencias es colocar en práctica el consejo dado por el apóstol Pablo cuando dijo:“El hombre debe cumplir su deber conyugal con su esposa, e igualmente la mujer con su esposo” (1 Cor. 7:3). Cuando ambos tienen esta actitud, el matrimonio crece y se disfrutan las fases del sexo de manera plena.

La primera fase es la del deseo, y se desarrolla en el cerebro. En esta fase se destacan dos aspectos: el tiempo y el romance. Para el hombre, bastan algunos segundos hasta que esté apto y preparado para la próxima etapa. Pero el sexo no fue creado exclusivamente para él, sino para la pareja. Las invitaciones llenas de deseo de la sulamita para su esposo expresan muy bien esa necesidad de tiempo y de romance: “Ven, amado mío, vayamos a los campos, pasemos la noche entre los azahares. Vayamos temprano a los viñedos, para ver si han retoñado las vides, si sus pimpollos se han abierto, y si ya florecen los granados. ¡Allí te brindaré mis caricias!” (Cant. 7:11, 12). Ella lo llama para que pasen tiempo juntos. Las celebraciones especiales son importantes, pero es en los simples momentos del día a día que debería vivirse el romance, como en un abrazo largo y apretado en la despedida cuando se sale para el trabajo.

Es más, nota cómo la propia sulamita tiene la iniciativa de buscar a Salomón. La actitud es un punto importante que puede -y debe- partir de ambos lados del matrimonio. Mensajes con “sorbos” de deseo a lo largo del día, sugiriendo una buena sorpresa al final de la jornada, pueden ser una excelente estrategia para que el pensamiento se dirija hacia la relación íntima.

La segunda fase es la excitación. Esta es la respuesta del cuerpo al deseo; en este caso, el principal órgano es la piel.

Es más, nota cómo la propia sulamita tiene la iniciativa de buscar a Salomón. La actitud es un punto importante que puede -y debe- partir de ambos lados del matrimonio. Mensajes con “sorbos” de deseo a lo largo del día, sugiriendo una buena sorpresa al final de la jornada, pueden ser una excelente estrategia para que el pensamiento se dirija hacia la relación íntima. La segunda fase es la excitación. Esta es la respuesta del cuerpo al deseo; en este caso, el principal órgano es la piel.

Es más, nota cómo la propia sulamita tiene la iniciativa de buscar a Salomón. La actitud es un punto importante que puede -y debe- partir de ambos lados del matrimonio. Mensajes con “sorbos” de deseo a lo largo del día, sugiriendo una buena sorpresa al final de la jornada, pueden ser una excelente estrategia para que el pensamiento se dirija hacia la relación íntima. La segunda fase es la excitación. Esta es la respuesta del cuerpo al deseo; en este caso, el principal órgano es la piel.

La tercera fase, el orgasmo, ocurre cuando los cuerpos están preparados para el clímax. La elevación de la temperatura corporal, la aceleración del ritmo cardíaco, el endurecimiento de las mamilas, la erección peneana y la lubricación vaginal son señales que marcan que todo está listo para el orgasmo; y estar atentos a todos y a cada uno de ellos es fundamental. En Cantares 1:4, la esposa le pide al marido que inicien esta etapa y, un poco más adelante en el relato (Cant. 2:5), ella alcanza el clímax. En un cuadro bastante común e infeliz, el hombre alcanza el orgasmo primero, matando las perspectivas de la mujer de también poder disfrutar. Esto ocurre por problemas físicos, pero también por la prisa, el egoísmo y la falta de conocimiento, fruto de no haber invertido en la intimidad del matrimonio. Los buenos amantes alcanzan una intimidad tal que la mujer disfruta el clímax primero para que, enseguida, él disfrute también. El orgasmo simultáneo también puede ocurrir. Después de que ambos disfrutan, todavía pueden aprovechar los momentos posteriores intercambiando cariños hasta que se adormecen, o hasta que tengan que salir para sus compromisos. O, quién sabe, comenzar todo otra vez.

Sabio es el matrimonio que invierte tiempo en la relación sexual y busca fuentes seguras de conocimiento y ayuda profesional cuando es necesario. El plan perfecto de Dios es que el hombre y la mujer vivan la verdadera celebración del sexo. ¡Está en nuestras manos elegir hacer la voluntad de Dios!