A llá en el principio, cuando el Señor creó los cielos y la tierra, unió a nuestros primeros padres en matrimonio. “No es bueno que el hombre esté solo”, dice Génesis 2:18; y agrega en el versículo 24: “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer y los dos se funden en un solo ser”. De allí nace el deseo y la necesidad del ser humano de casarse. Fue creado para vivir en comunidad.

Durante la revolución sexual de las décadas de 1960 y 1970, se escuchaba decir que los días del matrimonio estarían contados. Solo que el tiempo pasó y, 50 años después, las personas continúan casándose. Es muy cierto que los divorcios aumentaron exponencialmente en los últimos años, pero por más paradójico que sea, los segundos casamientos también. Si el matrimonio es tan malo, ¿por qué las personas se casan? Y cuando se divorcian, ¿por qué se vuelven a casar?

Creo que existen múltiples explicaciones, pero me gusta pensar que una hipótesis es que es muy bueno amar y ser amado; tener a alguien íntimo con quien compartir las experiencias de la vida, con sus aventuras, alegrías y desafíos.

Yo sé que esta delicia puede no ser tan deliciosa, si no se eligió a la persona correcta. Espera un poco. ¿Existe ese negocio de “la persona correcta” o solamente es la “mejor” opción?

Pues yo creo en la existencia de personas “ideales”. No perfectas, porque no existe ningún ser humano perfecto. Sin duda, existen muchas personas “ideales” para cada uno. Es de ese grupo de donde debe salir la persona para casarse.

Creo en el matrimonio con “más” compatibilidades que incompatibilidades. En tales casos, las probabilidades de conflictos en la relación conyugal serán menores y la vida de a dos será mejor. Por eso, el meollo de la cuestión está en la elección. ¿Con quién me voy a casar? ¿Con “A”, con “B” o con “C”?

Lo peor de la situación es que incluso haciendo la mejor elección, se siguen corriendo riesgos. Existe una probabilidad del 50 % de que todo salga bien y 50 % de que todo salga mal. ¿Quién puede adivinar el futuro? Las personas cambian. Las circunstancias de la vida también cambian. Y aunque se haya realizado la mejor elección, todos corremos el riesgo. Solo que no debes desanimarte con el 50 % de probabilidades de que salga mal la elección, porque también hay un 50 % de que todo salga muy bien. Lo complicado es cuando la elección no es buena y el porcentaje de la probabilidad de que todo salga mal es mayor. Por eso, quien se quiera casar debe analizar fríamente algunas cuestiones. No todos lo consiguen: muchos dejan que los sentimientos hablen más alto, ignoran hechos y realidades y se meten de cabeza en un matrimonio de “alto riesgo”.

Un puente bien construido no se va a caer; aunque un terremoto lo pueda derrumbar. Ahora, porque exista esta posibilidad de fracaso, no se tiene que dejar de construir. Las guerras pueden ocurrir o no. Bombas pueden caer o no. Tempestades, huracanes y terremotos pueden aparecer o no… Son elementos de la ley de las probabilidades. Leyesdel acierto y de las equivocaciones. Y, como existen estas posibilidades, se debe cuidar la construcción para que, al enfrentar crisis, se las puedan soportar. Existen en el mundo innumerables puentes que soportaron pruebas increíbles. Todo en la vida es un factor de elección y decisión. De ser o no ser. De tener o no tener. De hacer o no hacer.

Entonces, ¿te vas a casar?  

1- Ser antes de querer tener. Antes de querer tener a la persona ideal, sé tú mismo esa persona que quieras encontrar en el otro. Prepárate para el matrimonio. Sé honesto, sincero, trabajador y honrado (los femeninos también aplican aquí). Ten una buena reputación en tu familia y en la comunidad en la que vives.

2- Busca una persona con características similares a las tuyas. Con tu misma fe, sueños parecidos y esperanzas semejantes. El mejor lugar para encontrarla es en tu círculo de amigos; ellos no tienen máscaras. Por eso, si la encuentras allí, ya ganaste kilómetros de ventaja.

3- Observa cómo la posible futura esposa trata a su padre y a sus hermanos. Y cómo el hombre, posible futuro esposo, se relaciona con su mamá y sus hermanas. Sus posibles futuros cónyuges los van a tratar a ustedes de la misma manera. No te ilusiones. Las personas no cambian la manera de tratar a los del círculo íntimo cuando se casan. Ellas, simplemente, continúan siendo lo que siempre fueron.

4- No quemes etapas con la prisa de casarte. Noviazgos cortos colocan al matrimonio en estado de alerta máxima. El tiempo mínimo de noviazgo debería ser mayor a 1 año, y desde el compromiso hasta el casamiento, deberían pasar -como mínimo- de 3 a 6 meses. No es una ley, pero te brinda la seguridad y la tranquilidad de que puedes conocer un poco más a la persona con la que te deseas casar.

5- Escucha lo que sus padres y sus amigos dicen sobre la persona con la que estás saliendo. Los espectadores que están distantes consiguen ver mejor.

6- No confundas pasión con amor. Son dos cosas muy diferentes. Pasión es un sentimiento irracional, ciego, que depende constantemente de estímulos para mantenerse vivo. El amor, en cambio, es racional, paciente, bondadoso. “Mientras el amor puro hará intervenir a Dios en todos sus planes y estará en perfecta armonía con el Espíritu de Dios, la pasión será terca, irreflexiva, irrazonable, desafiante de toda sujeción, y hará un ídolo del objeto de su elección” (Elena de White, Mente, carácter y personalidad [Buenos Aires: ACES, 2013], t.1, p. 281). Usa estos criterios para probar tus sentimientos. Señal verde para el amor y roja para la pasión.

7- Ora por tu futuro casamiento. Pídele al Señor que te dé percepciones claras de su voluntad para tu vida y la de tu futuro cónyuge. Josué fue engañado por los gabaonitas porque no consultó a Dios en oración (ver Jos. 9). Dios ve lo que nosotros no vemos y él sabe lo que nosotros no sabemos. “Si los hombres y las mujeres tienen el hábito de orar dos veces al día antes de pensar en el matrimonio, deberían orar cuatro veces diarias cuando tienen en vista semejante paso” (Elena de White, Mensajes para los jóvenes [Buenos Aires: ACES, 2013], p. 325).

8- Una vez que hayas elegido la persona y te hayas decidido a casarte con ella, asume el compromiso y la responsabilidad de ser incondicionalmente fiel.